Entre los indios
Entre los indios, de César Aira publicada por la editorial Mansalva en el año 2012. Si bien lo primero que nos surge...
Desde un punto etimológico, la épica es lo relativo al épos, termino de muchos sentidos, uno de los cuales es verso, y en particular verso narrativo: ello da paso al término epopeya, entendido como “una composición de versos narrativos”. Podemos decir que el adjetivo épico se utiliza para designar algo perteneciente o relativo a la epopeya.
Por epopeya se entiende generalmente al poema extenso que canta en estilo elevado las hazañas de un héroe o un hecho grandioso, aunque puede aludir también al conjunto de poemas que forman la tradición épica de un pueblo, o bien al conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente. Se puede englobar bajo esta etiqueta textos tan heterogéneos como el Poema de Gilgamesh sumerio, la Ilíada y la Odisea homéricas o los llamados cantares de gestas medievales –largos poemas épicos en lengua vulgar, de los que se poseen una centena de ejemplares conservados en manuscritos de los siglos XII, XIII y XIV–, entre los que se incluyen el Nibelungenlied, La Chanson de Roldand y el Poema del Mio Cid, ejemplos paradigmáticos de la epopeya germánica, francesa e hispánica respectivamente.
Las definiciones más clásicas han buscado, en principio, diferenciarla de otros géneros producidos por la cultura griega. Aristóteles marca sus diferencias con la tragedia, entre las diferencias que destaca es la mayor extensión y el metro utilizado (hexámetro dactílico). Por lo demás, señala que los componentes de la poesía épica son los mismos que los de la poesía trágica, salvo el espectáculo y la música. De esta manera no reconoce elementos propios de la epopeya y con ello contribuye a generar una imprecisión terminológica que arrastrará desde entonces el concepto.
La crítica literaria de los siglos XIX y XX buscará definir la epopeya contrastándola con el moderno género de la novela. Se pueden citar a muchos autores pero nos interesa la mirada de Mijaíl Bajtín (1941) que describe a la novela en oposición a la epopeya y señala que esta última se caracteriza por tres rasgos: 1)Tener como objeto el pasado heroico nacional, el “pasado absoluto”, es decir, el mundo de los “comienzos” y las “cimas” de la historia nacional, el de los padres fundadores; 2)tomar como fuente la tradición, la leyenda nacional (y no la experiencia personal y la libre ficción) y 3) situar un universo separado de la contemporaneidad –es decir, de la época del autor y de sus receptores– por una distancia épica absoluta, de modo tal que el universo épico se percibe inmutable, fuera de la esfera de la actividad humana.
Se trata de una poesía centrada en la figura de un héroe, a través de la cual se exaltan las virtudes más apreciadas por una comunidad (fuerza, valentía, voluntad, ingenio, astucia). Un héroe difiere de otros hombres en el grado de sus poderes: en la mayor parte de la poesía heroica, se trata de poderes específicamente humanos, aun cuando son llevados más allá de los límites de lo humano. La poesía heroica nace cuando la atención popular se concentra no en los poderes mágicos de un hombre, sino en sus virtudes específicamente humanas. Incluso en los casos en los que aparecen dioses en la acción, el interés principal del relato está puesto en las hazañas de los hombres. Es por ello una poesía antropocéntrica en el sentido de que celebra a los hombres mostrando las proezas de las que son capaces. Así, el héroe da dignidad al género humano porque ensancha los límites de la experiencia y encarna el intento de trascender la fragilidad humana en busca de una vida más plena.
Es una poesía de acción, ya que el héroe manifiesta sus virtudes a través de la acción, sobre todo mediante el relato de sus actos. Resulta por tanto una poesía muy narrativa, que crea un mundo imaginario en el que los hombres actúan según principios que se comprenden con facilidad, y genera admiración por su héroe mostrando lo que este hace: busca el honor a través del riesgo. La naturaleza de la narración tiende a ser objetiva, sin intromisiones que persigan la intrusión o los juicios moralizantes. Ello se debe a que en las sociedades primitivas, las audiencias que oían los relatos del aedo (etimológicamente, “cantor”; trovador que reelabora los materiales conocidos y trasmitidos de manera oral de generación en generación) participaban de la recreación de los hechos relatados como si ellos mismos fueran sus espectadores. En la medida en que compartían con el cantor una concepción general de lo que los hombres deberían ser, podían seguirlo fácilmente en el desarrollo de la materia narrada.
Por último, esta poesía remite a una edad heroica, es decir, que los hechos que narra se ubican en un tiempo pasado en el que esa comunidad habría alcanzado su máxima gloria. No se trata de un tiempo definido de modo cronológico, no en todos los pueblos se dan “edades heroicas” claramente definidas. Sin embargo desde el punto de vista literario, las edades heroicas proyectan un modelo que los hombres de cada comunidad intentan alcanzar y es motivo de orgullo y de afirmación de una identidad cultural. Ejemplo de ello son las guerras troyanas, base de los poemas homéricos, el periodo de las grandes migraciones germánicas o las conquistas de Carlomagno.
Este enero cumplía una importante función en una sociedad que es su mayoría desconocía la escritura, y las tradiciones orales servían de conexión con el pasado. La epopeya se constituye en un soporte de la memoria colectiva, y por ello quien la trasmitía, el aedo o el juglar medieval, se erigía como el portavoz de la comunidad, en cuanto es el depositario de los relatos que conformaban el patrimonio cultural y la identidad comunitaria.
Las primeras cuentan con una transmisión escrita y son producidas por poetas cultos. Estos textos son tentativas tardías de emular un modelo altamente valorizado: así Virgilio compone la epopeya erudita de la Eneida para rivalizar con Homero. Del mismo modo, Camoes escribe tardíamente sus Luisiadas (1572) para dar a su comunidad una epopeya, como la tuvieron los demás pueblos de la Europa occidental.
Una Epopeya puede considerarse como el texto fundador de una cultura, de una comunidad cultural. El campo de emergencia de la epopeya, entendido como el conjunto de condiciones que han favorecido su aparición es el proceso de territorialización, es decir el proceso que consiste para una comunidad, en ocupar, luego en delimitar y defender un territorio. La epopeya tendría por función concluir sobre el plano de lo imaginario el proceso de territorialización: más que un relato sobre las fundaciones históricas de una cultura, es ella misma fundadora de esta cultura; su intención y destino como texto se confunden con el desarrollo de la comunidad de la epopeya funda en cierto modo simbólicamente.
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