
Entre los indios
Entre los indios, de César Aira publicada por la editorial Mansalva en el año 2012. Si bien lo primero que nos surge...
Paralelamente a la gran revolución ideológica de la generación del Noventa y Ocho, surge una tendencia de carácter estético, renovadora de temas y de formas, que recibe el nombre de Modernismo. En cuanto a la forma, parte el modernismo de una extrema libertad del escritor en la creación de sus poemas, a condición de que sepa dotarlos de un sello personal y de una belleza estudiada. En cuanto al fondo: el poeta deberá buscar temas raros o refinados que permitan la creación de espectáculos de belleza exquisita, utilizando ritmos y metáforas nuevas.
Bajo el término modernismo se han agrupado numerosos poetas y prosistas que compartieron varias direcciones de pensamientos. La literatura, incluso el género lírico adquirió un aspecto profesional. La sofisticada generación marcó una diferencia. Para encontrar el fenómeno artístico recurrió al artificio, y la actividad viajera les permitió la comparación de géneros y aproximaciones al trabajo intelectual. Estuvieron alertas a todas las manifestaciones culturales y trataron de aprovechar lo que más les convenía y lo que era más útil.
París era el centro cultural donde confluían las diferentes corrientes del mundo occidental. En el famoso café de Calisaya los reunidos se enteraban de lo que eran los haiku, y el valor artístico de las danzas africanas del Congo. Se trataba de un trampolín para saltar a Londres, a Madrid, a Roma, a Ginebra, guiados siempre por el deseo de conocer y de encontrar lo sorprendente.
El modernismo derivó del romanticismo. Las dos cosmovisiones no implican oposición. Los poetas del modernismo continuaron con la libertad métrica comenzada por los románticos. Unos y otros coincidieron en su reacción frente al materialismo y la industrialización de la época.
Fue en la poesía donde el nuevo espíritu surgió con más fuerza y desde donde se irradió. Los poetas buscaban de una manera más profesional el hallazgo de la belleza en la expresión verbal, y creyeron hallarlo en la música del verso, en la sutileza y la relación de las sensaciones –la sinestesia es un procedimiento distintivo–, en la selección de temas —el crepúsculo obtiene preferencia—, símbolos, signos sugerentes y el lenguaje. La labor de las letras se volvió una ciencia de elaborado mecanismo, cuya paciente fábrica, en que la intuición señalaba el camino seguro, requería técnicas y medios grandilocuentes.
El modernismo tiene una presencia predominante y adquiere la expresión más determinada en la poesía. Entre 1888, fecha de la aparición de Azul en Chile, y 1910, año de la muerte de Herrera y Rissig, se señala el auge de este movimiento. Las enseñanzas de Rubén Darío continuaron después de su muerte (1916) con libros como El templo de los alabastros, 1919, y La copa de Hebe, 1922, del puertorriqueño E. Ribera Chevremont. Azul, no solamente forma un todo coherente, definitivo, sino que además, es la obra que Juan Varela, en una crítica famosa, recogida en Cartas Americanas, 1889, analizó como exponente del nuevo estilo.
El modernismo en poesía es un movimiento de objetivo estetizante, que continúa en parte, como se dijo, la corriente romántica, y que introduce en la lengua castellana una renovación de formas y temas al asimilar la lírica francesa del Parnaso y del simbolismo. Entre otros precursores se encuentra el cubano José martí, autor de Versos sencillos, 1981, y el del mejicano Salvador Díaz Mirón con su libro Lascas, 1901.
Rubén Darío, con su actividad literaria, dio el impulso definitivo al movimiento modernista. Su fecunda voluptuosidad y talento poético le facilitó la asimilación de formas y sensibilidades. En Buenos Aires se erigió como el líder de la escuela que admiraba a la París cosmopolita. Luego, en París, en contacto directo con los simbolistas, influyó a los compañeros de letras que lo visitaron. Amado Nervo fue un ejemplo. En Madrid tomó contacto con la generación del 98, a quienes, según la opinión de pedro Salinas, otorgó un lenguaje.
Los modernitas no se adaptaron a la realidad, estuvieron en la lucha con ella, y escondieron sus susceptibilidades en una torre de marfil. El término moderno los entusiasmó. Lo recogieron de los parisienses. Los temas tendían a lo raro. Rubén Darío dijo en Impresiones de Santiago, 1889, “lo Extremadamente exótico lo tienen los franceses y lo procuran…” La China y el Japón, con su lejanía geográfica y cultural, mereciera especial atención. La Francia de Versalles y el rococó atrajo también la administración; Prosas profanas es el ejemplo típico. La Grecia antigua y el helenismo también hicieron su aporte.
Estas ideas se difundieron en varias revistas. En Argentina, Revista de América, Buenos Aires y El Mercurio de América; en Méjico, Revista Azul y Revista Moderna; en Caracas, El cojo ilustrado; en Montevideo, Revista nacional de literatura y ciencias; en la Habana, El Fígaro; en Santiago de Chile, Pluma y Lápiz; en Bogotá, Revista Gris. Y los hombres elegidos eran: Rubén Darío, Santos Chocano, Herrera y Ressing, Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Guillermo Valencia…
El movimiento es llevado a la cima por la obra de Rubén Darío y su resonancia en América fue enorme. Tres de sus más destacados discípulos son: Leopoldo Lugones, en Argentina; José Santos Chocano, en el Perú; Amado Nervo, en Méjico.
Leopoldo Lugones (1874-1928), su obra tiene una fina elegancia cosmopolita; sus poemas son evocaciones de paisajes, momentos o figuras, en las que predomina lo delicado y sutil. José Santos Chocano (1875-1924) es un fuerte poeta político, vibrante y sonoro, que añora la potencia brillante de los incas y de los virreyes, y se siente el cantor de América en sus manifestaciones de violencia y sensibilidad. Finalmente Amado Nervo (1870-1919) es un lírico meditabundo y sentimental, de forma elegante, poseído a veces de un vago misticismo.
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