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Los suicidas del fin del mundo

Por Giuliano

3 octubre 2020
Categorías: Libros | Reseña
Una crónica sobre un grupo de  jóvenes suicidas,  de entre 18 y 28 años,  que pertenecían a familias modestas pero tradicionales de Las Heras,  un pueblo petrolero de Santa Cruz, de vientos enfurecidos y tierras fértiles en hidrocarburos. La acción está contextualizada en los años 90. En el año 95 Carlos Saúl Menem logra la […]

Una crónica sobre un grupo de  jóvenes suicidas,  de entre 18 y 28 años,  que pertenecían a familias modestas pero tradicionales de Las Heras,  un pueblo petrolero de Santa Cruz, de vientos enfurecidos y tierras fértiles en hidrocarburos.

La acción está contextualizada en los años 90. En el año 95 Carlos Saúl Menem logra la reelección. La estabilidad aparente de una convertibilidad sostenida con deuda externa, los deseos de primer mundo y los sueños de potencia acompañan la farsa electoral. Como consecuencia y contrapartida de los discursos donde se prometían bases espaciales para proyectarnos a la estratosfera y llevarnos a cualquier lugar del planeta en cuestión de segundos se multiplicaban los desocupados  y los desnutridos. En 1996 una vez completada la primera etapa neoliberal se llevan a cabo los objetivos que se habían inaugurado: reforma laboral y desregulación del sistema de salud y jubilatorio. Para entonces ha cambiado la matriz productiva, se ha achicado salvajemente el estado y desregulado la economía. La concentración de la riqueza es el resultado de estas medidas generando una brecha abismal entre estos sectores y los excluidos. Enmascarado tras las banderas del peronismo Menem completa el plan económico de la dictadura.

La crisis social generada por este estado de cosas, se evidencia en las provincias que, con un estado desguazado y sin aparato productivo, quedan abandonadas a la buena de dios. Este clima insufrible inicia un ciclo de protesta social que inaugura el piquete de Cutral Có primero y más tarde en General Mosconi en Salta, ambos polos energéticos.  Esta modalidad irá en aumento hasta el final del gobierno que se irá a pique de la mano de la precariedad institucional, desapego a la ley, corrupción generalizada, el menosprecio parlamentario, la ostentación del poder y falta de ética pública.

Con este panorama una coalición de partidos tradicionales y emergentes llega al poder en 1999 cuando la bomba que deja el menemismo ya es un estallido en ciernes que se concretará en 2001 en rechazo a un sistema de representación caduco y decadente y una crisis social insalvable.

La primera edición de este libro es exactamente de  septiembre del 2005 y ya para entonces los casos de suicidios habían superado por un gran número a los doce casos de los que se ocupa la investigación. La lucha piquetera que se mantiene activa desde mediados de los noventa alcanzó un punto fatal en diciembre del 2005,  en este libro funciona como la crónica de una muerte anunciada. Santa Cruz  tiene el 19% de las áreas de YPF, lo que representa el 25% de la producción de crudo de la compañía (totaliza casi 21 millones de barriles) sin embargo, los especialistas califican la producción de la zona como “pobre” por la antigüedad de sus yacimientos de manera que requieren grandes inversiones en exploración, producción y sísmica. YPF se privatizo durante el primer gobierno de Menem. En el año 95 con un desempleo 20%, 7000 personas se fueron  de las Heras y al 2002, dice Leila: “Quedaron los que estaban cuando fui. No todos, pero si muchos, eran los solos y los dolientes, los rotos en pedazos. De algunos –no de todos– habla esta historia.”

La crónica arrasa con  la fuerza de un viento sureño, cambia el ritmo y la respiración del lector. El paisaje se naturaliza, se siente y se padece; se mencionan y describen no menos de treinta formas y efectos distintos del viento, una fuerza extraña que traga y devora todo lo que se aferra a la vida. Un texto polifónico donde los personajes más temprano que tarde,  se muestran parte de una comedia humana, actores de un drama en el que todos están involucrados. El entramado social del pueblo se aprieta y los vasos comunicantes por los que transcurre la acción comprometen a vecinos y familiares que empeñan la vida en una geografía por demás hostil, que solo deja crecer raquíticas relaciones sociales. Como en la obra de Balzac, los personajes se cruzan sin saber que comparten destinos iguales o que se igualan en la desgracia de su condición: “Silvia de Tomkins era una mujer morena, bonita, los ojos como dos uvas negras. Ella vio a Cesar regresar a la casa y le preguntó qué andaba haciendo. Vivía  al lado, era vecina, y le preguntó  eso por nada en especial: por preguntar” Cesar camina ejecutando su macabro plan, solo el lector que acompaña el ojo del cronista lo sabe, pero lo que el lector no sabe es que cinco páginas más tarde, como mandaría la fórmula de suspenso de un thriller de terror psicológico, el destino traza un circulo que regresa sobre ella: “Un mes y una semana más tarde Javier Tomkins, 24 años, vecino de Cesar, hijo de Silvia, la mujer morena, bonita –los ojos dos uvas negras– a la que cesar  había saludado poco antes de morir, se ahorcó con un lazo trenzado en el galpón de una chacra”.

Los perfiles de los habitantes delinean las figuras de aquellos que no están se hacen presentes como dibujos con tiza en el suelo, señalando un crimen que salpica a muchos responsables. Sospechosamente no hay listado oficial, existe tan sólo el cuaderno Gloria del sepulturero del pueblo que registra las macabras circunstancias. Los censos poblacionales no relevan datos que indiquen un problema en relación a las muertes por suicidios. Una leyenda urbana se divulga entre los pueblerinos: una secta que ha tomado contacto con los chicos para trazar un plan que figura en una lista inexorable: los que figuran en ella deberán quitarse la vida en un orden predeterminado  para darle lugar al siguiente. Múltiples teorías  buscan explicar por qué los habitantes caen como moscas en la siniestra idea:

Porque sí, porque no había nada para hacer, porque estaban aburridos, porque no se llevaban bien con sus padres, porque no tenían padres o porque tenían demasiados, porque les pegaban, porque los hacían abortar, porque tomaban tanto alcohol y tantas drogas, porque les habían hecho un daño, porque salían de noche, porque salían con mujeres de la noche, porque tenían traumas de infancia, traumas de adolescencia, traumas de primera juventud, porque hubieran querido nacer en otro lado, porque no los dejaban ver el padre, porque la madre los había abandonado, porque hubieran preferido que la madre los hubiera abandonado, porque los habían violado, eran solteros, porque tenían amores pero desgraciados, porque habían dejado de ir a misa, porque eran católicos, satánicos, evangelistas, aficionados al dibujo, punk, sentimentales, raros, estudiosos, coqueros, vagos,  petroleros, porque tenían problemas, porque no los tenían en absoluto.

Teorías. Y las cosas, que se empeñaban en no tener respuesta.

El estado siempre ausente o llegando tarde con paliativos poco eficaces. Las fuentes oficiales, que como en los crímenes que investiga Rodolfo Walsh, no existen o son erróneas, son repuestas por la cronista. : el Programa de Jóvenes negociados diseñado en Harvard, una línea de ayuda al suicida, un grupo de familiares para superar el duelo o un psicólogo mediático que el destino pone en contacto con el pueblo y después de permanecer unas horas en el lugar diagnostica lo obvio, culpando al paisaje y al clima. Lo cotidiano en Las Heras es vivir azotados por la desesperanza, el desempleo, siempre con la valija lista para tomarse el buque; sin ningún proyecto o actividad social que los aglutine o que genere futuro, sin cine ni teatros, sin internet y con una mísera posibilidad de recibir información del mundo que está más allá de aquel páramo. Siempre limados por la erosión constante del viento, como dice Roberto Mansilla, uno de los habitantes que sigue soportando los embates: “–Acá, si no sos muy fuerte, si no tenés mucho empuje, se te van apagando las ilusiones. A veces, no te creas… yo creo que esa idea de quitarse la vida la ha tenido todo el mundo. Es que te cansa. Esto te cansa. Señaló la puerta. El viento pateaba para poder entrar”. ¿Pero cuáles son los factores que hacen que se distinga esta pequeña población de aquellas que conservan un índice de suicidios dentro de los parámetros normales? Es una pregunta que no intenta responder  la crónica, pero su lectura nos muñe de los elementos necesarios para que podamos sopesar en un análisis las circunstancias que generan este fenómeno extraño y ominoso.

Decenas de iglesias de diferentes credos compiten con la cantidad exagerada de prostíbulos o whiskerías,  ambas cosas han brotado juntas y con la prosperidad del petróleo,  también han acompañado sus crisis y también son el paisaje. Es la radiografía de una ciudad-pueblo en un desierto al sur donde las petroleras reinan causando estragos de acuerdo a sus intereses y su relación con los gobiernos de turno. Todo se proyecta ante una lectura que recorre diferentes capas tectónicas de una edición sinfónica donde, la sumatoria, nos deja al descubierto el síntoma y las victimas que caen como moscas.

Las Heras tiene un carácter particular que la hace diferente a las demás poblaciones de la zona, esto lo saben sus propios habitantes pero también lo saben las empresas petroleras que evitan la contratación de obreros del lugar y devienen en la serpiente que se muerde la cola. La crónica narra algo que ya pasó pero también algo que está pasando: una batalla en la que dirimen los conflictos los trabajadores y las petroleras. A finales del 2005, luego de ser editado este libro por primera vez, los trabajadores tercerizados como los de planta permanente aúnan sus fuerzas con un reclamo conjunto y realizan una huelga general. Mario Navarro, el vocero de los trabajadores es apresado mientras se encontraba en la única FM del pueblo y sin motivo aparente fue llevado a la alcaidía donde permanecía incomunicado. Una pueblada de más de 2000 personas se movilizo a la alcaidía exigiendo la liberación de Navarro; la policía cortó el suministro eléctrico e inundo de tinieblas el escenario de una represión brutal contra hombres y mujeres desarmados. La violencia dejó como saldo una víctima, el policía Jorge Sayago que gravemente herido murió días más tarde. A partir de esta desgracia se desató una larga noche negra que recordó los peores momentos de la historia reciente. Las Heras se militarizó, la gendarmería que se instaló por tiempo indeterminado. Se realizaron cientos de allanamientos en una cacería humana para encontrar los culpables; Sayago había caído en su ley, víctima de  Fuente Ovejuna. Los jueces nunca pudieron demostrar la culpabilidad de los diez obreros que fueron detenidos y torturados. Los testimonios que se obtuvieron fueron arrancados en violentos interrogatorios en lugares de detención no oficiales donde por momentos se desaparecía a los detenidos.  El número de encarcelados se fue reduciendo a lo largo de los meses hasta que finalmente se condenó sin pruebas a Ramón Inocencio Cortez, José Rosales, Franco Padilla y Hugo Gonzales a cadena perpetua.

Tanto la lucha de un pueblo petrolero como en la ola de suicidio de una población de jóvenes que sufren un bovarismo vuelto tragedia en el siglo XXI, se cifra el destino trágico de un colectivo de personas condenadas a una realidad fantásmatica. Leila Guerriero como un detective poeta, con el caso resuelto nos deja llenos de amargura y con un rincón del mundo iluminado donde con asco morboso vemos brillar la suciedad.

El punto en que el periodismo literario de Leila Guerrero se vuelve una forma más del arte es sin duda el perfil, sin temor a equivocarme diría que es su oficio, donde la inspiración siempre la sorprende y nos regala maravillas como El mago de una sola mano o El gigante que quiso ser grande. Si, como señala Juan Villoro, la crónica es el ornitorrinco de la prosa podríamos decir que el perfil es el ornitorrinco de la crónica, descomponiendo la metáfora como una caja china. El perfil, no es un reportaje, no es crónica, no es biografía… ¿Qué es el perfil periodístico? Todas esas cosas al mismo tiempo pero de manera diminuta, un bonsái de la crónica. En él se encuentran en equilibrio todos los elementos, expuestos sin que aparezcan en su totalidad generando una visión esférica y panorámica del perfilado; esto requiere un arte milimétrico, el dominio de la microscopia. Una línea, un solo gesto, alcanza para llegar a la profundidad reveladora. La propia autora en su libro Zona de obras, que reúne artículos y crónicas sobre su oficio, usa de ejemplo el perfil que escribe sobre un médico cardiólogo, mujeriego e imitador de Freddy Mercury:

El día de show los músicos llegaron a la casa de Busetto a las ocho de la noche y fueron a cambiarse. Pasaron unos minutos y de pronto Busetto, chaleco de cuero, bigote acentuado por tintura negra, anteojos Ray Ban y pantalones de cuerina rojos, apareció corriendo, alarmadísimo: el baterista estaba encerrado en el baño, víctima de una diarrea fulminante. Y así vestido y sin pensarlo, Busetto salió a la calle a buscar, casa por casa, vecino por vecino, pastillas de carbón para la diarrea. Yo llevaba meses  trabajando en esa historia y ese minuto milagroso ocurrió al final. Y aunque después sería una línea del perfil, ese minuto milagroso decía, acerca de las diferencias entre el original y el clon, acerca de los patetismos de esa fama de segunda mano, más cualquier cosa que yo hubiera podido teorizar en cuatro párrafos.

Los suicidas del fin del mundo,  presenta una colección de perfiles que expresan el espíritu del lugar y describen a las victimas ausentes como si tratara de aquel memorable perfil de Frank Sinatra que hace Gay Talese,  en el que el periodista no llega nunca a entrevistarlo y perfila al cantante entrevistando a aquellos que lo rodean o recorriendo los mismos lugares que él. Ha dicho Leila Guerriero: “Todos los periodistas latinoamericanos somos expertos en perfiles: en su escritura, en su análisis, en su confección. No nos vamos a la cama sin llevarnos el Frank Sinatra está resfriado  de Gay Talese”. Con el golpe de vista nos parece, aquí,  la misma situación ya que no hay un “suicidado que vive”, pero solo de momento, ya que más tarde sentiremos que todo el pueblo lo es. Se manifiesta en la polifonía que compone el perfil de Roberto Beltrán o a Jorge Salvatierra o Martina Díaz, en los piqueteros, en la voz del viento que se cuela y taladra los huesos o en los no lugares que definen la ciudad. Ya lo ha señalado Darío Gómez Jaramillo, citando pasajes de Rock Down, donde el lirismo de la autora alcanza la expresión de un locus amoenus; pero en esta crónica su sensibilidad realiza una katábasis, desciende y ve el horror:

Decían que pedro ya había intentado,/Sin éxito, el gas y las pastillas,/ Y que era uno más de los que cada tanto tratan./ En Las Heras todas las mañanas había noticias de bebés/Y niñas desvirgadas hasta la muerte/Y la revista La Ciudad contaba esas cosas:/Las cosas que pasan./Pero nadie contaba lo que había dejado de pasar:/Los chicos y las chicas traídos de regreso con las venas rotas,/Enhebrados a sus pequeñas horas y sus modestos días/Después de un paso breve por la boca tiesa –inolvidable– de una horca./Eran muchos./Eran cosas de todos los días.

Un editor, se topó con la investigación aun sin publicar y propuso algo que todos los periodistas literarios deben haber escuchado, pero por qué no recordarlo en las palabras de Rodolfo Walsh dichas a Ricardo Piglia:

Un periodista me preguntó por qué no había hecho un  una novela con eso, que era un tema formidable para una novela; lo que evidentemente escondía la noción de que una novela  con ese tema es mejor o es una categoría superior a la de una denuncia con ese tema. Yo creo que la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, es decir, se sacraliza como arte. Por otro lado, el documento, el testimonio, admite cualquier grado de perfección. En la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades de artísticas.

La respuesta de Leila, “Como si  agregarle un litro y medio de ficción significara desperdiciar alguna cosa.” Y el eterno agradecimiento de los lectores que entienden que si la realidad se las rebusco para existir de esa manera, sólo se la puede sentenciar por haber imitado el arte.

Los suicidas del fin del mundo no nos cuenta algo que paso allá lejos y hace tiempo, nos habla de una realidad que no cejó en su derrotero, los suicidios continúan en un lento goteo, muchos obreros petroleros que lograron quebrar la división que impuso la burocracia sindical, fueron encarcelados, torturados, procesados y enjuiciados por los fiscales y jueces serviles al poder petrolero, que tanto militariza poblaciones para que se cumpla su ley como invade países para hacerse del recurso. Hoy se imponen más que nunca las voces que trae este texto; como dice Rodolfo Walsh en Quien mató a Rosendo: “Ese silencio de arriba no importa demasiado. Tanto en aquella oportunidad como en esta me dirigí a los lectores de más abajo, a los más desconocidos. Aquello no se olvidó, y esto tampoco se olvidará” y así llegara el momento en que a los de arriba no les va a quedar más remedio que escuchar otra vez a los de abajo.

Bibliografía
  • Agudelo Jaramillo Darío, (ed.) et. al,  (2012) Antología de crónica latinoamericana actual, Buenos Aires, Alfaguara Editorial
  • Carrión Jorge (ed.) et. al, (2012) Mejor que ficción, Buenos Aires, Anagrama Editorial
  • Guerriero Leila (2015), Los suicidas del fin del mundo, Buenos Aires, Tusquets Editores
  • Guerriero Leila (2013) Una historia sencilla, Buenos Aires, Anagrama Editorial
  • Guerriero Leila (2015) Zona de Obras, Buenos Aires, Anagrama Editorial

Giuliano

Profesor de literatura. Diseño y coordinación de los contenidos de la web.

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